La soledad

La soledad, tan temida, tan buscada…
La soledad, compañera de la tristeza interior, del perturbador y ensordecedor ruido del silencio, del retumbante eco. Una anciana sentada en el banco de ese parque, un enfermo que mira por alguna habitación de hospital. Soledad. Preguntas sin respuesta ante mil espectadores, sonrisas vacías, mirarte a los ojos frente al espejo. Soledad. Antagónico de lo esperado, de los sueños de niñez.
Rehuimos de ella como dos polos iguales se repelen. Es entonces cuando hacemos amistades, formamos una familia, tenemos hijos, y labramos un futuro en compañía. Soledad. Somos seres sociales, programados para vivir en comunidad, cual manada que se cuida y se protege. Cuando esto no sucede, aparece un sentimiento de vacío, perdición, desconcierto. Soledad.

Asimismo, la soledad puede representar un tiempo, un rato, tu momento. Mirarte a los ojos frente al espejo, sí, pero quedarte mirando, y verte a ti mismo un segundo, o dos... Soledad. Disfrutar de un buen libro, “checkear” internet, coger un pincel, cantar a pleno pulmón esa canción, reírte solo al recordar ese instante. Soledad, desconectar. Disfrutar de ese silencio, con su fantástica falta  de ruido. Contemplar por la ventana en vaivén de los árboles, jugar a adivinar qué gota de lluvia llegará primero al borde del cristal. Soledad.
Un tiempo, un rato, un momento. Soledad, respirar. Sentarte al lado tuyo, escucharte. Descubrir que más allá de un ellos, existe un yo. Entender la soledad como un paseo de la mano contigo mismo.
Soledad, tan temida, y, en ocasiones, tan buscada…

Natalia

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